sábado, febrero 03, 2018

Rodolfo Serrano

Una historia de carretera

Yo no sé ni siquiera si me amaba o si era
el instante feliz de los malos momentos.
Cuando estaba en mis brazos, tenía la belleza
del cadillac aquel que cantaba Loquillo
Y también yo me hubiera detenido en la curva
del Tibidabo oscuro de su vientre y su espalda.

Venía de países que no están en los mapas.
Y su idioma eran frases con sabor a ginebra
y a lugares remotos con luces de neón.
En la luz asfixiante de aquel bar y a esa hora
le hubiera prometido un chalé con dos niños,
y le hubiera enseñado los amores más bellos,
aquellos que parecen anuncios de perfumes.
Pero sabíamos ambos que en la noche palpita
un corazón de plástico que no admite otra sangre
que aquella que bombean mil botellas de olvido.
Y que en el cigarrillo de después del amor
se incluyen microgramos de pasión adictiva,
aunque no exista forma de engancharse a su cuerpo.
Porque los dos –ella fue la primera en decirlo-
sabíamos que lo nuestro era una mala novela,
en el que yo no era el chico, pero ella si era
la chica que se marcha en el momento último.
Por eso tal vez fuera que en la ventana abierta
de aquel motel perdido ni siquiera se vieran
las estrellas. Tan solo se escuchaba en la noche
caliente el rumor animal de la vieja autopista.


0 comentarios: